Hace unos días vi Mountainhead, la nueva película de HBO escrita y dirigida por Jesse Armstrong, el creador de Succession. Es una comedia que no se conforma con incomodar sino que empuja, raspa, escupe. Reúne a un grupo de amigos multibillonarios en medio de una crisis global, y los encierra con sus contradicciones, sus frases de manual y sus intentos desesperados por salvar la narrativa de sus propias vidas. Lo brillante es que no se trata solo de ellos: se trata de todos nosotros, cuando el algoritmo se vuelve espejo.
La trama es tan absurda como familiar. Un evento global detona una seguidilla de momentos donde la élite no sabe si hacer un comunicado o una story de Instagram, si refugiarse o capitalizar el caos. La crisis no es solo geopolítica, es de sentido. Y eso la vuelve profundamente contemporánea. Mountainhead no habla solo de ricos desorientados, sino de todos los que en 2025 intentamos armar un relato propio en medio del ruido, la saturación y el scroll infinito.
Mientras la veía, pensé en El Algoritmo, el libro que acabo de publicar hace muy pocos días. Porque aunque no lo parezca, hay vasos comunicantes entre la sátira de Armstrong y la vida real que exploro en el libro. Ahí planteo una hipótesis algo incómoda: ya no estamos tomando decisiones, estamos reaccionando a estímulos invisibles que nos formatean sin que lo notemos.
La arquitectura emocional de lo efímero
La película lo trata con precisión. Los vínculos entre los personajes están vaciados de espontaneidad. Cada palabra parece pensada para una cámara invisible. La autenticidad se vuelve un bien escaso, una pose más que se practica con algo de esfuerzo. Y eso es lo que está en juego también en el mundo real: ¿qué tan libre es una emoción si la aprendiste mirando reels de TikTok? ¿Qué tan tuyo es un deseo si lo copiaste sin saber de una tendencia viral?
En El Algoritmo, me detengo bastante en la idea de la desigualdad algorítmica. No todos los s son tratados igual. No todos los perfiles reciben el mismo contenido, ni tienen la misma posibilidad de visibilidad, ni son interpretados de la misma manera por los sistemas. En otras palabras, los algoritmos no solo personalizan, también jerarquizan. Premian ciertos cuerpos, ciertas opiniones, ciertas conductas. El resto queda invisibilizado, o peor aún, disciplinado. La película muestra eso desde el absurdo: cómo incluso entre privilegiados hay niveles de , de control, de legitimidad que no dependen de la verdad, sino del timing y del relato que se imponga primero.
Uno de los capítulos del libro, el que más devoluciones me viene generando, se titula "El algoritmo del amor". Allí propongo que nuestras decisiones afectivas también están intervenidas por estas estructuras. Mountainhead suena con esa idea, hay un momento en que los personajes ya no pueden distinguir si su tristeza es real o si la están actuando porque es lo que se espera de ellos. No hay espacio para el dolor genuino cuando todo debe estar justificado, explicado, validado por un tercero. Y ahí aparece otro punto de o: la desinformación. Pero no solo las fakes news clásicas, sino una más sutil, más peligrosa: la desinformación emocional. Sentir lo que conviene, enunciar lo que impacta y callar lo que desentona.
Jesse Armstrong explica en qué tecnorricos se inspiró para ‘Mountainhead’
Estamos entrando a una época en la que tener una voz propia requiere una mezcla extraña de coraje, lucidez y mucha pero mucha resistencia. En este mes, mientras la IA se mete en elecciones, en escuelas, en parejas y en terapias, publicar un libro que intenta pensar por fuera del guión preestablecido es un gesto que muchos no entienden. ¿Para qué escribir si un bot lo puede hacer? ¿Para qué sentir si una app ya puede decírtelo antes?
Como digo habitualmente en mis columnas para el diario, no se trata de competir con la tecnología. Se trata de defender algo más raro, más imperfecto, más necesario: el pensamiento propio. No el pensamiento brillante, no el pensamiento viral. El pensamiento que incomoda, que no rinde bien en métricas, que se equivoca y aun así insiste.
Mountainhead no es solamente una película, es una advertencia. Es el tipo de ficción que no quiere agradar, que no busca moralejas fáciles, y por eso me parece tan valiosa. Porque en este presente donde hasta la tristeza viene subtitulada, necesitamos obras que nos hhagan acordar que pensar sigue siendo posible. Aunque duela, aunque no venda. Aunque el algoritmo a veces no lo sugiera.