A principios de abril, el presidente Javier Milei hizo una alocución en conmemoración de los 43 años del inicio de la Guerra de Malvinas. En un discurso, que fue muy criticado, hubo un aspecto en particular que nadie abordó: Argentina, ¿una potencia militar?
Según trascendió en la opinión pública, en este discurso trabajó el equipo del asesor Santiago Caputo. El Presidente (a diferencia de su par norteamericano) no tiene un asesor de Seguridad Nacional; aunque, en realidad, sí lo tiene, con otro nombre, pero bajo la dependencia del jefe de Gabinete de Ministros: el secretario de Asuntos Estratégicos, José Luis Vila. El Presidente está lleno de asesores económicos en la materia que él domina y ninguno para aquellas que no. Como fue elaborado por su estratega electoral, fue un discurso redactado para embelesar los oídos de quien quiere seducir y liderar: la llamada familia militar.
Entonces, el Presidente prometió “dignificar a nuestras fuerzas armadas mediante las inversiones necesarias, solo al alcance de una nación próspera”; porque “a pesar de que la casta política intentó convencernos de lo contrario durante décadas, la Argentina necesita unas fuerzas armadas robustas”; que “son necesarias para defender nuestro extenso territorio de potenciales amenazas en un contexto global de creciente incertidumbre” y; que “también son imprescindibles en cualquier discusión diplomática”.
A fin de lograr esto, el Presidente solo pudo esbozar que “para nosotros, las fuerzas armadas son motivo de orgullo”; que “hemos dado por terminado el tiempo en el que eran menospreciadas” y que como “prueba de ello es que, el 9 de Julio del año pasado, por primera vez más de 2 mil de nuestros veteranos encabezaron el desfile militar en el acto por el Día de la Independencia” y “por eso, además, acabamos de promulgar un decreto (para) reconocer el grado de Subteniente de Reserva al personal de Soldados Aspirantes a Oficiales de Reserva veteranos de la Guerra de Malvinas”. Nada más.
El Presidente suele autopercibirse como un refundador, pero no toma nota de que cuando decidió obtener aviones F-16 lo hizo gracias a un proceso istrativo y de selección que involucró, por lo menos, dos gestiones ministeriales de defensa anteriores a su gobierno. Parece que nadie le avisó que cuando se subió –con su vicepresidenta, Victoria Villarruel– a un tanque en el desfile militar que mencionó, este era un proyecto impulsado por el general César Milani en tiempos de la segunda presidencia de Cristina Kirchner, y parece que tampoco se percató de que a fin de llegar a buen puerto con el proceso de adquisición de los F-16 le dio continuidad al brigadier “kirchnerista” Xavier Isaac como su jefe del Estado Mayor Conjunto. Contradicciones objetivas de la realidad contra su percepción subjetiva –tal vez– basada en algunos hechos ocurridos en los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner pero, entre otras cuestiones, ¿quién radarizó el país?, ¿quién implementó reformas de corte liberal en la defensa argentina tales como el traspaso al ámbito civil de la prestación de servicios aeronáuticos y la regulación de la aviación civil o la unificación de las obras sociales y los institutos universitarios militares, entre otras?, ¿quién compró patrulleras de altamar?, ¿quiénes promovieron un financiamiento especial para la defensa y actualizaciones salariales compensatorias al personal militar?, ¿acaso Mauricio Macri despreció a las fuerzas armadas?
Por supuesto que, en Argentina, en estos años de democracia, hubo desmesuras de todo tipo y también distintas prioridades y urgencias, errores y aciertos, pero cuando se habla de cuestiones de seguridad nacional, de política de defensa y de política militar se debe ser preciso porque la dimensión de las palabras del Presidente se miden por la reacción de los países que puedan sentirse afectados ante una posible carrera armamentística que se promueve unilateralmente. Es vergonzoso que nadie en Chile o en Brasil ni en el Reino Unido de Gran Bretaña tome en serio al Presidente y su cuestión militar. Provocan risas, tal como sucedió con China con la inspección que ordenó este presidente a la Base Espacial en Neuquén o la falsa denuncia de actividad ilegal de un buque pesquero chino que hizo por las redes sociales el ministro Luis Petri.
El Presidente debe calibrar sus palabras. ¿Hasta dónde quiere llevar al país para ser una potencia militar? ¿Como Chile, que tuvo un gasto militar en 2024 de 5.491,7 millones de dólares?, ¿como Colombia, que tuvo 10.701,1 millones, ¿como Brasil, con 22.887 millones? ¿O acaso quiere gastar mucho más? ¿Cuál es el gasto militar necesario para “defender nuestro extenso territorio de potenciales amenazas en un contexto global de creciente incertidumbre”? ¿Cuál es el gasto anual militar imprescindible en cualquier discusión diplomática con el Reino Unido por Malvinas, o para la futura discusión por la Antártida cuando finalice el Tratado Antártico para disuadir a China para que su flota pesquera no deprede el Atlántico Sur? ¿Con qué calidad del gasto y con cual diseño de fuerza? ¿Con qué prioridades? ¿Qué significa “fuerzas armadas robustas”? Y, ¿por cuánto hay que multiplicar el PBI para que esa prosperidad permita la fantasía militar del presidente Milei? Preguntas que no tienen respuesta cuando se ignora la materia y no se tiene gente capaz para hacerle hablar con seriedad al presidente cuando se refiere a estos temas.
*Ingeniero, magíster en Defensa Nacional.